Por Marcela Gereda

Afiliada Maryknoll, Capítulo Guatemala

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Desde hace días arrancó un “viaje” colectivo en diversas partes del mundo. Un viaje interior hacia el centro de nosotros/nosotras. Acaso un descenso a Xibalbá (inframundo Maya), a recorrer nuestros propios infiernos para salir de ahí victoriosos, sabiendo que las respuestas que hemos venido buscando están en nuestro interior. 

 

Diversos sociólogos, filósofos y antropólogos que han estudiado la sociedad actual la califican como “la sociedad del Yo”. Como sociedad nos persignamos y juramos amar al prójimo como a nosotros mismos, pero en la práctica cultural dejamos que prive el interés individual sobre el interés colectivo. Llevamos a sus últimas consecuencias ese “sálvese quien pueda”. 

 

La publicidad y los medios de comunicación invitan no solo a la experiencia individual, sino colocan como un valor el hecho de anteponer el interés individual antes del colectivo, entonces ello se convierte en lo socialmente aceptable, es decir la cultura del “yo” en primero, segundo y tercer lugar. 

 

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos en las calles de América Latina, no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista.

 

Ante la enfermedad que gobierna hoy el mundo, las cosas parecen ser diferentes. Tenemos necesidad del contacto, del abrazo, del encuentro con el infinito del Otro. Ese Otro que también somos Nosotros. 

 

Íbamos por un camino equivocado construyendo un desbocado mundo individualista, hoy desde diversas voces nos pronunciamos a retomar el sentido comunitario de la vida, porque sin el colectivo no existimos.  El coronavirus nos vino a recordar los beneficios de anteponer bienestar colectivo sobre la satisfacción inmediata de esta cultura del Yo primero. 

 

En el plano ecológico, la reducción de gases de efecto invernadero ha sido inminente.  Una economía de bajo carbono forzada. Por primera vez en muchos años y ante el peligro inminente de la propagación del virus, los gobiernos están valorando más la ciencia que la economía. Más la vida que la producción. 

 

¿Qué sentido tiene la ciudad sin el alma de gente?, ¿Qué sentido tiene el agua de la fuente si no hay quien escuche su caída?, ¿qué sentido tiene el mundo si no lo llenamos de amor?, el coronavirus nos recuerda que el sentido de nuestra existencia es colectivo y que el sentido de nuestra existencia no está separado del resto de las especies.  

 

“La palabra y el oído, con el corazón tienen muchos caminos, muchos modos, muchos calendarios y muchas geografías para encontrarse. Y la lucha por la vida puede ser uno de ellos” Comité Indígena Chiapas zapatista. 

 

Que este viaje interior nos recuerde que aunque la vida social esté en pausa, la primavera continúa. Que nos haga construir un camino de luciérnagas. En este viaje interior colectivo que todos/todas sembremos luz, que volvamos al sentido de comunidad, a recordar que nos necesitamos los unos/unas a los otros/otras. Que salga lo más bello de este viaje interior colectivo. 

 

Que este virus, sea el virus de la trasformación y de la consciencia humana. Que sea el amor lo que nos mueva y que logremos reconocer a Dios en mí, en ti, en todos/todas, en la tierra y en todo lo vivo. 

 

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